• Una obra arquitectónica que sigue sorprendiendo al mundo
Enigmáticas pirámides de Túcume
Texto: Guido Sánchez Santur
A medida que nos aproximamos a Túcume (Lambayeque) sentimos esa calidez de pueblo pequeño, sobretodo el cariño de la gente norteña con su acento muy peculiar, su piel curtida por el calor y sus rasgos fisonómicos idénticos a los mocheros (Trujillo) y cataquenses (Piura).
No hay duda que el norte se enorgullece de sus culturas vivas y que la pretendida macrorregión tiene enorme sustento histórico, pues se asienta en lo que fue el territorio de las culturas Moche y Chimú, que se extendieron más allá de Piura (al norte) y Lima (al sur). En este ámbito la etnia moche persiste en el tiempo, a través de sus diversas expresiones culturales.
A los extremos de la carretera están las extensas planicies cultivadas y, de trecho en trecho, aquellas rústicas viviendas de barro y caña o varas, como expresión de las ancestrales técnicas de construcción.
Entre las chacras sobresalen las huacas. El cerro La Raya se impone en ese paisaje bucólico, al que los lugareños llaman purgatorio. En esas estructuras de adobe erosionadas por la lluvia se reflejan los rayos del sol al caer la tarde, con un intenso anaranjado que contrasta con las sombras que se forman en las hendiduras de ese barro milenario.
Antes de llegar al museo de sitio pasamos por el pueblo de Túcume, de calles estrechas y su plaza, amplia como la de Moche o la de Catacaos, donde se yergue su iglesia colonial.
Al calor humano se suma la energía y el misticismo del lugar. No es una casualidad que los curanderos o shamanes lo hayan escogido como escenario de sus rituales, invocando el espíritu del Túcume y la energía de la montaña La Raya, que a muchos lugareños todavía les infunde temor.
• LAS PIRAMIDES
La Pirámide del Pueblo es la primera que apreciamos a medida que avanzamos en la mototaxi y como es el del pueblo, junto a ella los jóvenes juegan fulbito en la cancha habilitada en medio del área arqueológica, con un maltrecho arco de madera.
El museo de sitio de Túcume es la puerta de ingreso al complejo arqueológico. Fue edificado con técnicas ancestrales lambayecanas. La disposición de sus elementos hacen un recuento de las culturas precolombinas y la continuidad tucumana entre el pasado prehispánico y la población contemporánea, con réplicas de palacios, cerámica, rituales.
Aquí se puso en marcha un proyecto de turismo participativo que rápidamente lo asimiló la comunidad, involucrándose en la protección y conservación del patrimonio cultural y arqueológico. En un taller de cerámica, los pobladores reproducen la artesanía de sus ancestros (cerámica, tejidos) y diversas expresiones culturales.
Cómo olvidar a esas mujeres de talla mediana y rostro broncíneo que en una tarima de madera nos ofertan la chicha de jora y el ceviche de caballa, preparados por ellas a la usanza de sus antepasados.
Estas imágenes se nos queda graba en la entrada que nos abre paso al complejo arqueológico, por un camino sombreado por los retorcidos troncos de los viejos algarrobos, testigos de esa milenaria historia y vigilantes de las imponentes pirámides. Para no sentirnos insignificantes entre tanta grandeza, ascendemos al cerro tutelar desde donde dominamos el extenso valle, como lo hacían los antiguos lambayecanos.
Son 26 pirámides distribuidas en 220 hectáreas, entre ellas tenemos las huacas Larga, Las Estacas, La Raya, El Sol, Del Pueblo y Las Grandes. Estas cumplían funciones rituales y habitacionales. Su construcción se inició a fines del siglo X y constituyen uno de los centros regionales más importantes de la costa peruana.
La Huaca Larga tiene 400 metros de largo, 100 de ancho y 33 de alto, lo que la convierte en el edificio de adobe más grande de Sudamérica. Data del año 700 a.C. Según los mitos y leyendas, cada nivel representa una fase de desarrollo.
Su principal investigador fue Thor Heyerdahl, famoso navegante y explorador noruego, quien concentró sus esfuerzos en la huaca Larga, Huaca 1 y en el "templo en forma de U de la piedra sagrada".
En las excavaciones se encontraron restos de Spondylus (traídos de Guayaquil, en Ecuador), de llamas y miniaturas intrigantes de la lámina metálica que representaba una gama de temas y objetos (flora, fauna, ornamentos, instrumentos musicales, herramientas, etc.).
Al dejar atrás este lugar nos queda la sensación de habernos filtrado entre las grietas de nuestra historia antigua, y salimos impregnados de energía conscientes de que las gentes de aquella cultura no solo fueron ingeniosos, sino grandes técnicos que dominaron la arquitectura, la astronomía y las matemáticas. Y, de quienes tenemos mucho que aprender.
EL DATO
Las pirámides de Túcume son notables por su extraordinario tamaño: según estimaciones, más de 130 millones de ladrillos de adobe secados al sol fueron necesarios para construir la más grande de 450 metros de largo, 100 de ancho y 40 de altura.
A diferencia de las de Egipto, las pirámides de América del Sur y Central no poseían puntas, pero sí grandes plataformas donde se situaban los templos. Según mitos y leyendas, cada peldaño representaba una fase de desarrollo en la vida humana, la cual tenía que ser disfrutada plena e íntegramente. La subida era penosa y al llegar a la cima, se lograba un espíritu elevado y la ceremonia en aquel tiempo era un acontecimiento festivo en la vida de aquellos seres humanos.
Enigmáticas pirámides de Túcume
Texto: Guido Sánchez Santur
A medida que nos aproximamos a Túcume (Lambayeque) sentimos esa calidez de pueblo pequeño, sobretodo el cariño de la gente norteña con su acento muy peculiar, su piel curtida por el calor y sus rasgos fisonómicos idénticos a los mocheros (Trujillo) y cataquenses (Piura).
No hay duda que el norte se enorgullece de sus culturas vivas y que la pretendida macrorregión tiene enorme sustento histórico, pues se asienta en lo que fue el territorio de las culturas Moche y Chimú, que se extendieron más allá de Piura (al norte) y Lima (al sur). En este ámbito la etnia moche persiste en el tiempo, a través de sus diversas expresiones culturales.
A los extremos de la carretera están las extensas planicies cultivadas y, de trecho en trecho, aquellas rústicas viviendas de barro y caña o varas, como expresión de las ancestrales técnicas de construcción.
Entre las chacras sobresalen las huacas. El cerro La Raya se impone en ese paisaje bucólico, al que los lugareños llaman purgatorio. En esas estructuras de adobe erosionadas por la lluvia se reflejan los rayos del sol al caer la tarde, con un intenso anaranjado que contrasta con las sombras que se forman en las hendiduras de ese barro milenario.
Antes de llegar al museo de sitio pasamos por el pueblo de Túcume, de calles estrechas y su plaza, amplia como la de Moche o la de Catacaos, donde se yergue su iglesia colonial.
Al calor humano se suma la energía y el misticismo del lugar. No es una casualidad que los curanderos o shamanes lo hayan escogido como escenario de sus rituales, invocando el espíritu del Túcume y la energía de la montaña La Raya, que a muchos lugareños todavía les infunde temor.
• LAS PIRAMIDES
La Pirámide del Pueblo es la primera que apreciamos a medida que avanzamos en la mototaxi y como es el del pueblo, junto a ella los jóvenes juegan fulbito en la cancha habilitada en medio del área arqueológica, con un maltrecho arco de madera.
El museo de sitio de Túcume es la puerta de ingreso al complejo arqueológico. Fue edificado con técnicas ancestrales lambayecanas. La disposición de sus elementos hacen un recuento de las culturas precolombinas y la continuidad tucumana entre el pasado prehispánico y la población contemporánea, con réplicas de palacios, cerámica, rituales.
Aquí se puso en marcha un proyecto de turismo participativo que rápidamente lo asimiló la comunidad, involucrándose en la protección y conservación del patrimonio cultural y arqueológico. En un taller de cerámica, los pobladores reproducen la artesanía de sus ancestros (cerámica, tejidos) y diversas expresiones culturales.
Cómo olvidar a esas mujeres de talla mediana y rostro broncíneo que en una tarima de madera nos ofertan la chicha de jora y el ceviche de caballa, preparados por ellas a la usanza de sus antepasados.
Estas imágenes se nos queda graba en la entrada que nos abre paso al complejo arqueológico, por un camino sombreado por los retorcidos troncos de los viejos algarrobos, testigos de esa milenaria historia y vigilantes de las imponentes pirámides. Para no sentirnos insignificantes entre tanta grandeza, ascendemos al cerro tutelar desde donde dominamos el extenso valle, como lo hacían los antiguos lambayecanos.
Son 26 pirámides distribuidas en 220 hectáreas, entre ellas tenemos las huacas Larga, Las Estacas, La Raya, El Sol, Del Pueblo y Las Grandes. Estas cumplían funciones rituales y habitacionales. Su construcción se inició a fines del siglo X y constituyen uno de los centros regionales más importantes de la costa peruana.
La Huaca Larga tiene 400 metros de largo, 100 de ancho y 33 de alto, lo que la convierte en el edificio de adobe más grande de Sudamérica. Data del año 700 a.C. Según los mitos y leyendas, cada nivel representa una fase de desarrollo.
Su principal investigador fue Thor Heyerdahl, famoso navegante y explorador noruego, quien concentró sus esfuerzos en la huaca Larga, Huaca 1 y en el "templo en forma de U de la piedra sagrada".
En las excavaciones se encontraron restos de Spondylus (traídos de Guayaquil, en Ecuador), de llamas y miniaturas intrigantes de la lámina metálica que representaba una gama de temas y objetos (flora, fauna, ornamentos, instrumentos musicales, herramientas, etc.).
Al dejar atrás este lugar nos queda la sensación de habernos filtrado entre las grietas de nuestra historia antigua, y salimos impregnados de energía conscientes de que las gentes de aquella cultura no solo fueron ingeniosos, sino grandes técnicos que dominaron la arquitectura, la astronomía y las matemáticas. Y, de quienes tenemos mucho que aprender.
EL DATO
Las pirámides de Túcume son notables por su extraordinario tamaño: según estimaciones, más de 130 millones de ladrillos de adobe secados al sol fueron necesarios para construir la más grande de 450 metros de largo, 100 de ancho y 40 de altura.
A diferencia de las de Egipto, las pirámides de América del Sur y Central no poseían puntas, pero sí grandes plataformas donde se situaban los templos. Según mitos y leyendas, cada peldaño representaba una fase de desarrollo en la vida humana, la cual tenía que ser disfrutada plena e íntegramente. La subida era penosa y al llegar a la cima, se lograba un espíritu elevado y la ceremonia en aquel tiempo era un acontecimiento festivo en la vida de aquellos seres humanos.
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