Zaña, la historia detenida
• Donde Pizarro quiso fundar la capital del Perú.
Por: Guido Sánchez Santur
sasagui35@gmail.com
Zaña parece un pueblo fantasma. Al observar las derruidas estructuras de lo que fueron sus 14 iglesias, símbolo de su religiosidad, me invade la sensación de que parte del pasado de ese pueblo quedó congelado en el tiempo. Paradójicamente, aquella fe no pudo contener la furia de la naturaleza que terminó atemorizando a sus antiguos habitantes, quienes huyeron y abandonaron sus propiedades.
Por un estrecho y polvoriento sendero, entre arenales y bosquecillos se llega al pueblo de Zaña, al Sur Este de Chiclayo (Lambayeque). Aquella ciudad que el conquistador Francisco Pizarro quiso convertir en capital del Perú en mérito a su ubicación estratégica, en un valle fértil, junto al puerto de Chérrepe, que facilitaba el comercio regional, nacional e internacional. Su economía se centró en la agricultura y la ganadería.
La fertilidad del valle, los extensos bosques de algarrobos y las sucesivas sementaras regadas por el río Zaña fueron factores predominantes para que los conquistadores decidan fundar aquí una ciudad con modelo hispano y planificación urbana; sin presagiar que días más tarde las caudalosas aguas se traerían abajo las hidalgas y solariegas casonas junto a los prominentes templos.
Un 26 de noviembre de 1563, el conde de Nieva le acuñó el nombre de Santiago de Miraflores, encargando la fundación a Baltazar Ramírez o Rodríguez, a inmediaciones de donde 85 años atrás, Túpac Yupanqui erigió el tambo de Zaña, en las laderas del cerro Corbacho.
Apenas 157 años después, en la madrugada del 15 de marzo de 1720, su existencia quedó truncada a consecuencia de la terrible inundación, cuando las embravecidas aguas del río Zaña se salieron de su cauce, tras las torrenciales lluvias del fenómeno El Niño.
Años antes, en 1578, las lluvias ya habían infligido grandes daños a la infraestructura y a la producción de ese pueblo. Ese evento fue calificado como una “injuria del tiempo”. Parece que El Niño es la sombra de los zañeros, pues las lluvias de las últimas décadas continúan destruyendo los pocos vestigios de esa hermosa arquitectura colonial que aún se mantiene en pie, esparcida entre las viviendas modernas y la densa vegetación.
La gente de la época atribuyó esa destrucción a un castigo divino como consecuencia del desorden social y moral que se había apoderado del pueblo, pues esta fue una ciudad donde predominó la feudalidad y el esclavismo. Se cuenta que en 1685, cien piratas, al mando de Eduardo Davis se apoderaron de la ciudad y se acuartelaron en la catedral.
La monumentalidad y el boato de sus iglesias, que aún se aprecian, reflejaron los visos señoriales de las familias españolas, quienes regalaban jugosas sumas de dinero al clero. Pese a ello, muchas personas fueron excolmulgadas por el obispo de Trujillo, inclusive algunos miembros del cabildo. Y como una luminaria, en este lugar falleció y fue sepultado el obispo Toribio de Mogrovejo, santo milagroso.
• ARQUITECTURA SEÑORIAL
La importancia de Zaña fue tanta que sólo se comparaba con los ‘linajudos vecinos de Trujillo’. En su plaza, el pirata Eduardo Davis, pregonó la toma del lugar y exigió fuertes cupos a criollos y españoles. También servía de escenario en el que mulatos y negros escenificaban frenéticos bailes y danzas durante las fiestas carnestolendas. Ahora muchos curiosos llegan a Zaña atraídos por las historias y leyendas que se tejen sobre ella.
Al dejar este pueblo nos queda flotando la idea de lo que pudo haber sido la antigua ciudad en su pleno esplendor. No es para menos, los restos de las cuatro iglesias que se aprecian (Matriz, La Merced, San Francisco y San Agustín) demuestran la valía arquitectónica y señorial que tuvo: imponentes paredes, trozos de murales e inscripciones que se sobreponen al tiempo.
Después del aluvión de 1720, esas maltratadas estructuras fueron reacondicionadas, pero los vecinos se fueron a otros lugares y el mantenimiento decayó. En 1728 ocurre otra inundación y los pocos moradores que habían quedado huyeron, pensando que se trataba de un castigo de Dios. Desde entonces las iglesias están abandonadas a su suerte. La naturaleza y el tiempo paulatinamente fueron despostillando sus silentes muros.
La restos de la iglesia Matriz datan de 1,630, cuyas naves fueron fabricadas de cal y ladrillo crucero, con 10 altares adornados con retablos dorados. En esa época el cura Simeón gestionó la rehabilitación, pero no se hizo nada.
La iglesia y monasterio San Agustín, de estilo gótico, se considera la mejor y la más importante de América del Sur. No se sabe la fecha exacta en que los agustinos abandonan el templo.
La iglesia San Francisco fue construida a fines del siglo XVI. Algunas características que se conocen del diseño original refieren un claustro sempentil, columnas cuadradas, frisos en sus cojinetes, varas y capiteles toscanos, con arcos en las cuatro esquinas.
Además cuatro altares y una torre de 40 varas de alto. Las paredes son de ladrillo y adobe, como se observa en los vestigios existentes. Esta sufrió los mayores estragos de la naturaleza respecto de las otras. Habría sido abandonada mucho antes que la Matriz y San Agustín. Sus bienes quedaron en custodia en el monasterio Santa Clara de Trujillo. Es así, que mientras en 1,766 las otras órdenes luchaban por reparar sus templos, los franciscanos estaban despreocupados.
La iglesia La Merced fue abandonada un tiempo por los miembros de la orden mercedaria debido a las frecuentes enfermedades que sufrían, hasta 1637 cuando lo retoman. Después de muchas peripecias, en el siglo XVII la orden reedificó el templo y el convento. Su estilo es similar al clasicismo de Trujillo, según opina Harold Wethey. La fachada es de doble torre, con puerta sobria y columnas dóricas, rematada con un sencillo frontón partido. Quedan todavía dos torrecillas a manera de campanarios. Al igual que las demás, estuvo techada con tejados a dos aguas.
De las antiguas casonas no queda nada, entre las edificaciones que hoy se aprecian hay construcciones rústicas, otras de material noble, y algunas viviendas amplias con extensos corredores, aunque no muy antiguas.
La villa estuvo poblada de españoles, indios, chinos, mulatos y negros. Ahí creció una viva tradición y folclore que se extendieron a todo el país, sobretodo sus creencias mágico-religiosas, en torno a las cuales se tejieron muchas historias de entierros, tesoros, malas sombras y apariciones. Son famosos los curanderos o shamanes de Zaña.
Los cimarrones y bandoleros contribuyeron a recargar el folclore de los zañeros. De esta tierra son los famosos cumananeros y decimistas Juan Leiva, Cristina Colchado, Brando Briones, entre otros.
La visita a Zaña nos invita mirar ese pasado que está impregnado en nuestra historia. A fijarnos en las costumbres de las gentes que vivieron en amplios solares, con el rosario en la mano y la oración oportuna en el templo más cercano, propio de una etapa de evangelización y transculturización.
Zaña parece un pueblo fantasma. Al observar las derruidas estructuras de lo que fueron sus 14 iglesias, símbolo de su religiosidad, me invade la sensación de que parte del pasado de ese pueblo quedó congelado en el tiempo. Paradójicamente, aquella fe no pudo contener la furia de la naturaleza que terminó atemorizando a sus antiguos habitantes, quienes huyeron y abandonaron sus propiedades.
Por un estrecho y polvoriento sendero, entre arenales y bosquecillos se llega al pueblo de Zaña, al Sur Este de Chiclayo (Lambayeque). Aquella ciudad que el conquistador Francisco Pizarro quiso convertir en capital del Perú en mérito a su ubicación estratégica, en un valle fértil, junto al puerto de Chérrepe, que facilitaba el comercio regional, nacional e internacional. Su economía se centró en la agricultura y la ganadería.
La fertilidad del valle, los extensos bosques de algarrobos y las sucesivas sementaras regadas por el río Zaña fueron factores predominantes para que los conquistadores decidan fundar aquí una ciudad con modelo hispano y planificación urbana; sin presagiar que días más tarde las caudalosas aguas se traerían abajo las hidalgas y solariegas casonas junto a los prominentes templos.
Un 26 de noviembre de 1563, el conde de Nieva le acuñó el nombre de Santiago de Miraflores, encargando la fundación a Baltazar Ramírez o Rodríguez, a inmediaciones de donde 85 años atrás, Túpac Yupanqui erigió el tambo de Zaña, en las laderas del cerro Corbacho.
Apenas 157 años después, en la madrugada del 15 de marzo de 1720, su existencia quedó truncada a consecuencia de la terrible inundación, cuando las embravecidas aguas del río Zaña se salieron de su cauce, tras las torrenciales lluvias del fenómeno El Niño.
Años antes, en 1578, las lluvias ya habían infligido grandes daños a la infraestructura y a la producción de ese pueblo. Ese evento fue calificado como una “injuria del tiempo”. Parece que El Niño es la sombra de los zañeros, pues las lluvias de las últimas décadas continúan destruyendo los pocos vestigios de esa hermosa arquitectura colonial que aún se mantiene en pie, esparcida entre las viviendas modernas y la densa vegetación.
La gente de la época atribuyó esa destrucción a un castigo divino como consecuencia del desorden social y moral que se había apoderado del pueblo, pues esta fue una ciudad donde predominó la feudalidad y el esclavismo. Se cuenta que en 1685, cien piratas, al mando de Eduardo Davis se apoderaron de la ciudad y se acuartelaron en la catedral.
La monumentalidad y el boato de sus iglesias, que aún se aprecian, reflejaron los visos señoriales de las familias españolas, quienes regalaban jugosas sumas de dinero al clero. Pese a ello, muchas personas fueron excolmulgadas por el obispo de Trujillo, inclusive algunos miembros del cabildo. Y como una luminaria, en este lugar falleció y fue sepultado el obispo Toribio de Mogrovejo, santo milagroso.
• ARQUITECTURA SEÑORIAL
La importancia de Zaña fue tanta que sólo se comparaba con los ‘linajudos vecinos de Trujillo’. En su plaza, el pirata Eduardo Davis, pregonó la toma del lugar y exigió fuertes cupos a criollos y españoles. También servía de escenario en el que mulatos y negros escenificaban frenéticos bailes y danzas durante las fiestas carnestolendas. Ahora muchos curiosos llegan a Zaña atraídos por las historias y leyendas que se tejen sobre ella.
Al dejar este pueblo nos queda flotando la idea de lo que pudo haber sido la antigua ciudad en su pleno esplendor. No es para menos, los restos de las cuatro iglesias que se aprecian (Matriz, La Merced, San Francisco y San Agustín) demuestran la valía arquitectónica y señorial que tuvo: imponentes paredes, trozos de murales e inscripciones que se sobreponen al tiempo.
Después del aluvión de 1720, esas maltratadas estructuras fueron reacondicionadas, pero los vecinos se fueron a otros lugares y el mantenimiento decayó. En 1728 ocurre otra inundación y los pocos moradores que habían quedado huyeron, pensando que se trataba de un castigo de Dios. Desde entonces las iglesias están abandonadas a su suerte. La naturaleza y el tiempo paulatinamente fueron despostillando sus silentes muros.
La restos de la iglesia Matriz datan de 1,630, cuyas naves fueron fabricadas de cal y ladrillo crucero, con 10 altares adornados con retablos dorados. En esa época el cura Simeón gestionó la rehabilitación, pero no se hizo nada.
La iglesia y monasterio San Agustín, de estilo gótico, se considera la mejor y la más importante de América del Sur. No se sabe la fecha exacta en que los agustinos abandonan el templo.
La iglesia San Francisco fue construida a fines del siglo XVI. Algunas características que se conocen del diseño original refieren un claustro sempentil, columnas cuadradas, frisos en sus cojinetes, varas y capiteles toscanos, con arcos en las cuatro esquinas.
Además cuatro altares y una torre de 40 varas de alto. Las paredes son de ladrillo y adobe, como se observa en los vestigios existentes. Esta sufrió los mayores estragos de la naturaleza respecto de las otras. Habría sido abandonada mucho antes que la Matriz y San Agustín. Sus bienes quedaron en custodia en el monasterio Santa Clara de Trujillo. Es así, que mientras en 1,766 las otras órdenes luchaban por reparar sus templos, los franciscanos estaban despreocupados.
La iglesia La Merced fue abandonada un tiempo por los miembros de la orden mercedaria debido a las frecuentes enfermedades que sufrían, hasta 1637 cuando lo retoman. Después de muchas peripecias, en el siglo XVII la orden reedificó el templo y el convento. Su estilo es similar al clasicismo de Trujillo, según opina Harold Wethey. La fachada es de doble torre, con puerta sobria y columnas dóricas, rematada con un sencillo frontón partido. Quedan todavía dos torrecillas a manera de campanarios. Al igual que las demás, estuvo techada con tejados a dos aguas.
De las antiguas casonas no queda nada, entre las edificaciones que hoy se aprecian hay construcciones rústicas, otras de material noble, y algunas viviendas amplias con extensos corredores, aunque no muy antiguas.
La villa estuvo poblada de españoles, indios, chinos, mulatos y negros. Ahí creció una viva tradición y folclore que se extendieron a todo el país, sobretodo sus creencias mágico-religiosas, en torno a las cuales se tejieron muchas historias de entierros, tesoros, malas sombras y apariciones. Son famosos los curanderos o shamanes de Zaña.
Los cimarrones y bandoleros contribuyeron a recargar el folclore de los zañeros. De esta tierra son los famosos cumananeros y decimistas Juan Leiva, Cristina Colchado, Brando Briones, entre otros.
La visita a Zaña nos invita mirar ese pasado que está impregnado en nuestra historia. A fijarnos en las costumbres de las gentes que vivieron en amplios solares, con el rosario en la mano y la oración oportuna en el templo más cercano, propio de una etapa de evangelización y transculturización.
1 comentarios:
MUY BUENA INFORMACION, ME AYUDO MUCHO EN MI TRABAJO DE ARTE, GRACIAS
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